¿Qué demonios, Noroña?
Hace unos días, un ciudadano—abogado de profesión—fue obligado a disculparse públicamente tras increpar a Gerardo Fernández Noroña en un aeropuerto. Le cuestionó, con rabia, por usar salas VIP, viajar con lujos y portar los privilegios de un político al que antes él mismo habría llamado “fifi”. El ciudadano fue exhibido, perseguido y finalmente doblegado, bajo la mirada cómplice de un sistema que antes Noroña decía combatir.
Y uno no puede evitar preguntarse:
¿Qué cambió, Noroña?
¿En qué momento el revolucionario de café se volvió el burócrata de mármol?
¿En qué instante el agitador de tribuna se convirtió en el censor institucional?
Recordemos que este hombre, hoy presidente del Congreso, construyó su carrera a golpe de estridencia, de enfrentamientos con el poder, de interpelaciones a gritos, de discursos encendidos donde se proclamaba defensor del pueblo raso contra las élites.
¿Y ahora? Ahora castiga al pueblo por hacer lo que él mismo hacía desde el púlpito.
Pero lo más grave no es su doble moral, sino su impacto directo en la vida de millones. Porque este mismo Noroña es quien bloqueó la declaratoria de validez de la reforma constitucional que garantiza salarios dignos a quienes sostienen al país: maestras, soldados, enfermeros, policías.
Una reforma votada y aprobada por el Congreso de la Unión y por 26 congresos estatales.
Una reforma con respaldo constitucional… y bloqueada por un solo hombre.
Por él.
El diputado Pablo Vázquez Ahued, de Movimiento Ciudadano, llevó el caso a la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Y lanzó una pregunta que sigue sin respuesta:
¿Puede un solo político—por arrogancia o cálculo—frenar los derechos laborales de millones?
La respuesta legal vendrá de la Corte.
Pero la respuesta moral ya la conocemos.
Noroña predica igualdad, pero impone jerarquía. Se envuelve en la bandera del pueblo, pero actúa como si fuera dueño del Estado. La transformación de la que hablaba no era para el país… era para sí mismo.
Hoy, más que nunca, hay que decirlo con claridad:
El poder no lo transformó: lo reveló.
Y la izquierda no necesita mártires de mármol ni caudillos que se disfrazan de pueblo mientras viven como casta.